sábado, 25 de mayo de 2013

El cine Alba aún enciende su X

La última sala porno de Madrid, en La Latina, concentra a  
un público compuesto principalmente por hombres mayores de 50 años  

En el cine Alba, Todas quieren follar con Nacho. Una cartulina lo anuncia en el lúgubre pasillo que conduce hasta las puertas de la última sala X de Madrid, en el número 4 de la calle del Duque de Alba. Una entrada a otra cara del barrio de La Latina, a una que se adorna con cuatro carteles rotulados a mano y a cinco colores: rojo, amarillo, azul, verde y negro. En ellos se leen los títulos de las películas porno proyectadas en sesión continua. “Desde las 10.30 hasta las 23.00 horas”, comenta una voz al final de la galería, de unos veinte metros. “Son ocho euros”, añade. Palabras que se cuelan por un pequeño cubículo situado a un metro del suelo. Detrás de un grueso muro, habla la taquillera; de la que apenas se observan sus manos. Recoge el dinero y desliza suavemente el ticket hasta el cliente.


Rafael Sánchez aguarda dentro. Viste con pantalón y corbata negra. Elige el blanco para la camisa, a juego con el pelo canoso que luce a sus 55 años. Él dibuja los carteles del pasillo. Y controla el acceso al Alba, donde la luz -o, más bien, la falta de luz- juega un papel fundamental. Ya se aprecia en el hall decimonónico que recibe al espectador, revestido de un mármol gris y desgastado. Dos columnas se levantan en mitad de la habitación. Media decena de bombillas permiten ver a los hombres que salen del “Aseo de caballeros” y a los que esperan en el recibidor, ante las puertas negras por las que se accede al patio de butacas. Casi todos tienen una característica en común: rondan los 60 años. Ni rastro de alguna mujer.

“¡Qué culito!”, se escucha dentro de la sala. En la pantalla, colocada en lo alto de la pared del fondo, un joven americano coquetea con la esposa de su supuesto mejor amigo. Los diálogos se diluyen rápidamente, dando paso a agudos gemidos. Estos se entremezclan con los susurros de los espectadores.  Y con el ruido provocado por los clientes al moverse lenta y constantemente por el patio de 380 butacas. Arrastran los zapatos. Todo ello, en un escenario de intensa oscuridad, donde apenas se distingue el respaldo de los asientos; y donde, ni siquiera, puede saberse en qué punto comienza el pasillo. Únicamente se vislumbran los rostros de aquellos hombres que pasan a un escaso metro de distancia. Hombres que miran y escudriñan a otros hombres. 

En el Alba todo se intuye. Dos escaleras ascienden desde el hall a una segunda planta. Allí, cinco máquinas de vending brindan desde preservativos -a tres euros el paquete de tres condones- a café. El cortado se paga a un euro la taza. También se puede pedir una copa, como indica un diminuto cartel pegado con celo: whisky, ginebra y ron a 2,5 euros. Y bebérsela en una de las dos hilera de sillas colocadas en este segundo recibidor. Zumos, bollos, chocolatinas y tabaco completan la oferta.


Otras dos puertas negras marcan el acceso al graderío, delimitado por una barandilla desconchada y rosada. Al apoyar un pie en ella, la suela se queda pegada. “Fúmate un cigarrito ahora y recarga las pilas”, comenta un cuarentón a un sexagenario, al que agarra por el hombro al salir del gallinero. El primero luce perilla y una prominente barriga, escondida bajo una sudadera roja. El segundo, chaqueta marrón y corbata negra. Ambos pasan junto a una reproducción de Trame Noir de Wassily Kandinsky, colgada en el recibidor de las máquinas de vending. Un estrecho marco de madera embellece la obra abstracta del pintor ruso.

En la tercera planta, otro hombre sostiene un pitillo entre los dedos. Apoya los codos en una mesa alta de plástico, similar a las que se utilizan en los bares. Rondará los 55 años y mira a uno de los dos televisores colocados en lo alto de la pared. Junto a ellos, los carteles de tres películas convencionales decoran la habitación: Las crónicas de Narnia, Última hora y Abajo el amor.

Mientras tanto, dentro de la sala, el joven americano -rubio y fornido- recorre con las manos el cuerpo de la amante. Con la lengua, lame su sexo. Y, en ese momento, tres hombres abandonan el graderío. Uno de ellos se sube los pantalones al dirigirse hacia la puerta, sobre la que se encuentra un cartel rojo y letras negras con la palabra “Salida”. Los gemidos de la mujer se vuelven más intensos.

Abajo, junto a las puertas acristaladas de la entrada, un cincuentón se coloca un gorro de lana y se enfunda una bufanda. Tan sólo se distinguen sus ojos. Atraviesa el umbral y recorre la galería hasta la calle del Duque de Alba. Al final del pasillo se detiene, echa un vistazo a izquierda y derecha, y saca un pañuelo de papel con el que se limpia las manos. El reloj marca las 19.06 horas. Y, en sólo diez minutos, una decena de personas peregrinan por la misma ruta. Más de veinte hombres continúan dentro, donde la humedad y el olor a sudor se adueñan del ambiente. “Podría hacerlo durante horas”, le comenta el protagonista de la película a la esposa de su amigo. Pero Rafael Sánchez echa el cierre a las once.

Reportaje elaborado para E. P. El País

16 comentarios:

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    1. Si por supuesto la ultima tentación espera abierta las p......s de par en par...

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  11. Que día y hora es la mejor para ir? - Es decir, ¿cuando hay más público?

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  12. cual es la direccion exacta

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